“Blancanieves”, Pablo Berger, o “Regreso a la España cañí”.



Por mi trabajo, no hay día en que de una u otra manera, el nombre de mi tocaya Belén Esteban salga a relucir, incluso varias veces, incluso todo el rato sin parar (sí…, podría ser que no me llamara Patricia); así es la vida. Pero, cuando llega el viernes, atravieso los preciosos tornos de ese lugar en que trabajo, y me evado del mundo rosa en el que me encuentro inmersa: confío y ESPERO que en NINGÚN momento NADIE me hable ni de ella ni por lo tanto de mi trabajo, que para eso es fin de semana, ¡Digo yo!.
Y la verdad, es que tengo bastante suerte en eso.
Sin embargo, en las últimas semanas su nombre ha llegado a mi vida en dos en lugares y contextos muy peculiares, en los que jamás, hubiese podido imaginar.
El primero: en mi clase inicial de portugués, cuando al contestar con un perfecto acento de brasileño amateur y de pacotilla, me presento del tipo de: “Eu me chamo Belén”, a lo que mi profesor Fernando, muy contento y simpático él, y éste sí, en un perfecto portugués del mismísimo Sao Paulo  va y me dice: “¡Ah! ¡Belén! ¡Cómo Belén Esteban! ¡¿Sabes quién es?!- ¡Emmm….! -Pienso para mí: ¡Va a ser que sí!.
Y dos: cuando tras ver Blancanieves, flamante ganadora de los premios Goya, abro mis cahiers du cinema del pasado octubre (Caiman en su nuevo y fáunico nombre) y paso a leer una entrevista al director de la peli a cuento de ésta, en que, una de las preguntas es, y cito literal: *“Usted coge a un personaje de la cultura popular, y lo convierte en una atracción de feria, casi en una especie de Belén Esteban…” a lo que Berger responde: “Me alucina esa conexión”. Y yo pienso para mí: ¡Te aseguro que a mí también me alucina! ¡Me alucina mogollón! Solamente, porque si hay un lugar, uno sólo en el que jamás de los jamases, hubiese pensado que podría salir el nombre de la tocaya, ése es precisamente las páginas de mi adorado cahiers.
En fin, parecidos razonables al margen, lo cierto, es que le alabo el gusto a Berger, por hacernos regresar con su arriesgada peli, a esa España cañí, a esa del puro y los toros, y el flamenco, y las revistas de corazón; a esa España por la que muestra tanta admiración como rechazo; casi tanto, como yo. Huele a rancio, a barraca de feria, a orquesta de pueblo marcando el cambio de tercio, a bocadillos de cecina entre el sol y la sombra de ese espectáculo macabro que son las dichosas corridas de toros y que por alguna razón que aún no llego a comprender, no al menos en un país civilizado cómo el nuestro (a veces), siguen siendo tradición y marca de la casa.
Pero, a pesar del hedor, no puedo evitar sentirme atraída por esta atrevida propuesta del cine español: por su puesta en escena, sus personajes, su ritmo, su música, su historia y sobre todo ese montaje que no decae hasta bien llegado el final (en un momento hasta me creo que Blancanieves no se va a comer nunca la maldita manzana...) 
El hecho de que, después de tanto cine y de tanta palabrería hueca que a menudo lo inunda, una película en blanco y negro, y muda para más inri, me mantenga pegada a la pantalla durante sus más de 100 minutos; y el hecho de que me interese de principio a fin, me emocione y me haga seguir confiando en el cine español, que, y cómo bien demuestra Blancanieves, puede ser de mucha calidad: me alegra y me invita a recomendarla encarecidamente a todos los amantes del cine, y también a todos los fanáticos de lo bizarro, y de esa España profunda, que, mal que me pese, es la que es.
Si al menos, y de vez en cuando nos regala alguna que otra película cómo ésta, alguna que de pronto, y para mi flipe total pueda conectar mis dos vidas, la de lunes a viernes y la de fin de semana, en las páginas de una gran revista de cine, pues: ¡Bravo por ella!


* Javier H. Estrada/Carlos F. Heredero/ Gonzalo de Pedro, “El torno al Hollywood ibérico” en Caiman cuadernos de cine, nº 9 (oct 2012), pp 15.

2 comentarios:

  1. Pues si...es una pena que el nombre de Belén (Esteban) esté siempre en boca de todos... Aunque ahora parece que en España nos preocupamos más de cosas "serias"... Y hemos pasado de la "princesa del pueblo" a la "princesa" o "infanta" o "duquesa" o lo que sea de Palma y a su duque "em-Palma-do"... ¡Los españoles no tenemos remedio! Se nos da mejor hablar que solucionar...

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  2. Bueno... se empiza por hablar... y luego ya veremos, además, visto lo visto, yo no sé a qué princesa prefiero... el tema está chungo... :-)

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