“Stockholm”, Rodrigo Sorogoyen, o “El síndrome, no la ciudad”


Acabo de regresar de Berlín, y ¡ya quiero vivir allí! Lo sé, lo sé… sé que en el último año he querido vivir en Nueva York, en Buenos Aires, en Río de Janeiro (ahí está todavía, ¿eh? que para eso me jodo todos los sábados por la mañana aprendiendo portugués…J), y que ahora digo que quiero vivir en Berlín. Pero esta vez va súper en serio (de momento...).
Pero mientras sigo investigando dónde aprender ese idioma tan hijoputesco en que las palabras tienen 30 letras (las más cortas), reviso la última película que vi antes de volar a Alemania y sobre la que pensé caminando Oranienburguer arriba y abajo; película que cómo Madrid o Berlín, tiene también nombre de capital europea, aunque nada tenga que ver con ella.

La película de Rodrigo Sorogoyen, tiene más que ver con ese reflejo del que Jobs, ese visionario-empresario-creador-director con el que mucho me temo, no me hubiese gustado trabajar nunca…, hablaba en su discurso en la universidad de Stanford: Cada día me miro en el espejo y me pregunto: "Si hoy fuese el último día de mi vida, ¿querría hacer lo que voy a hacer hoy?". Si la respuesta es "no" durante demasiados días seguidos, sé que necesito cambiar algo”.  Un algo, que en este caso tiene más que ver con él “quién eres” en tu vida que con el “qué haces” en ella, y que es obvio que a ninguno de los dos protagonistas les gusta cuando el espejo les devuelve el reflejo.

A él, el de un tipo egoísta y narcista, capaz de todo con tal de conseguir no tanto a la chica con la que quiere acostarse esa noche, sino de satisfacer su propio ego, salirse con la suya, y demostrarse a sí mismo y al mundo lo guapo e irresistible que es; a ella, la de una joven depresiva, con una coraza de pega, incapaz de mantenerse fiel así misma ante los halagos mentirosos de un don Juan del palo.

Si bien, y aunque la primera parte de la película, la del cortejo de noche por las calles de Malasaña y Gran Vía (cómo me gustan las películas que me muestran Madrid, ¡¡madre!!), nos lleva engañosamente a pensar en una película romántica del tipo de “Antes del amanecer” y sucesivas; el día, o más bien la mañana pos-coito nos vuelve a poner frente a frente con la realidad de una sociedad y una juventud en la que prima la comida rápida, las relaciones personales y sexuales sin implicaciones y sobre todo el yoísmo en el que el resto no importan nada y sólo parecen estar ahí para satisfacer nuestros propios deseos y necesidades, aunque estos se cuenten en horas.

Y eso está muy bien, cuando las dos patas del banco están de acuerdo en que el “me enamorado de ti”, es sólo una estrategia para follar esa noche y no una promesa de amor eterno. El problema surge cuando cambian las tornas con el sol de media mañana: y el enamorado no lo es más al olor del café, y la chica dura se convierte en la absurda enamorada.
La novedad de la película de Sorogoyen, tan bien escrita como actuada, reside fundamentalmente, en que estos roles que todos aceptamos porque así nos lo impone la sociedad, el orgullo, o la falsa dignidad personal, se revierten; cuando la chica una vez que ha tomado consciencia de que el capullo capaz de salir desnudo por Gran Vía para acostarse con ella ahora no se quitaría ni su calcetín izquierdo para dirigirle la palabra la está echando de su casa a marchas forzadas, decide: qué mira: no se va a pirar a ningún sitio, se va a quedar ahí para joderle a él tanto cómo él le está jodiendo a ella, y le va a obligar a mirarse frente a ese espejo que desvela sus debilidades personales.

Y junto a Javier Pereira (con el que por cierto, me he reconciliado tras ver esta película en la que realmente demuestra lo bien que sabe actuar) y también junto a Aura Garrido, todos nos miramos un poco en ambos espejos: en el que nos devuelve la imagen de esos seres egocéntricos y aprovechados que somos cuando utilizamos a los demás en nuestro propio beneficio (hablo ahora de relaciones sexuales y emocionales), y en el nos devuelve también el reflejo cuando nos convertimos en víctimas no de los otros sino de nosotros mismos si no somos capaces de aceptar las reglas de estas relaciones.



Y me gusta y mucho la reflexión propuesta en una película tan pequeña por fuera cómo profunda por dentro. Porque ¿Quién es aquí el patético o el poco digno? ¿El que miente para acostarse con una chica, peor; el que miente y engaña automáticamente durante una relación para salirse con la suya o para ser capaz de estar con media docena de chicas a la vez sin que nadie le pille en su engaño? ¿O quién le cree, incluso quien le perdona humillándose una y otra vez en pos de un amor mal entendido?

Aunque no se reconozca demasiado, y cómo la chica de la película asegura en un momento, todos sabemos que lo socialmente patético es lo segundo, pero yo, que ya pensé unas cuantas veces sobre el tema, no estoy tan segura de ello. Y me alegra que en cierto modo Stockhlom (¡¡ey!! ¡!Lo escribí bien a la primera!!) nos lance esa pregunta y nos ponga frente a frente con nosotros mismos, para que cómo dice Jobs, intentemos cambiar lo que no nos gusta.

No sé si esto es fácil o complicado, pero: “¿Cuándo regresamos a Berlín? ¿por primavera tal vez?”, por lo pronto, os recomiendo esta película española que tanto me ha sorprendido, para bien (y ya van unas cuántas…) ¿¿Quién tiene algo que decir sobre el cine español?? Bueno yo: ¡que cada vez me gusta más! J



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